AFUERA
CIUDAD UNIVERSITARIA – MARINA WAISMAN
MAYÓLICA UBICADA EN EL CENTRO DE INVESTIGACIONES ACÚSTICAS Y LUMINOTÉCNICAS - UNC. CORDOBA, ARGENTINA.
Marina Waisman fue una arquitecta argentina, reconocida a nivel iberoamericano por sus aportes al campo de la crítica arquitectónica. Su apellido de nacimiento era Kitroser y ella firmaba con su apellido de casada, Waisman. Nacida en Buenos Aires en el año 1920 y fallecida en Río Cuarto en el año 1997, se formó en la Universidad Nacional de Córdoba, desarrollando allí y en la Universidad Católica de Córdoba su carrera docente.
Marina se graduó en 1945, cuando Arquitectura aún se estudiaba junto con las carreras de Ingeniería y fue la única mujer de su promoción. Solo dos arquitectas se habían recibido antes que ella: Nélida Azpilicueta en 1937 y Líbera Carmignani en 1942. Escribe Marina en el artículo “La mujer en la arquitectura” de 1969 que “(…) Las mujeres se comienzan a incorporar a las universidades, la administración pública y los equipos de concursos hacia los años 60 cuando comienza además a incrementarse el número de alumnas de la carrera (…) Todo esto no ha sido ganado sin esfuerzo. En general, la mujer como profesional tiene comienzos mucho más difíciles que el hombre y el abrirse paso en la profesión suele resultar, en ocasiones, realmente arduo. Es muy frecuente que la mujer deba demostrar una capacidad indiscutiblemente mayor que la de sus competidores masculinos para ocupar un lugar cualquiera en la profesión.”
La problemática del género formó parte de su mirada crítica, reflejándose en su producción hasta sus últimos años. A fines de 1995 la encontramos en el artículo “Sexo débil” escribiendo sobre el cambio de rol de la mujer en su campo, destacando el trabajo de colegas como Lina Bo Bardi que dejaron su huella en la arquitectura contemporánea.
“…mirar a lo propio con ojos propios”
Una de las marcas persistentes de la colonización en los países latinoamericanos ha sido la de estudiar a partir de categorías y herramientas del saber generadas en y para el contexto de los países centrales. Esto es algo señalado frecuentemente en los espacios académicos, junto con el llamado a producir conocimientos situados, que respondan a la historia y las problemáticas contemporáneas de cada región. Pero mucho menos frecuente es que alguien pase de la palabra a la acción. Marina fue una de las que dio ese paso: el de crear instrumentos propios para el análisis de la arquitectura latinoamericana, ponerlos en práctica en el trabajo sobre la ciudad y hacerlos circular en los espacios académicos, disputando las posiciones dominantes en el campo.
En su artículo “Autocrítica” de 1998, Marina nos invita a “(…) reconocer que los instrumentos de pensamiento que utilizamos no son neutros, sino que las preguntas orientan y califican las respuestas, [hay que] efectuar un ajustado análisis de ciertos instrumentos de pensamiento que, provenientes de los países ´centrales´, han encerrado largamente la historiografía de la arquitectura latinoamericana en límites y pautas de valoración que distorsionaban su significado.” Y continúa, trazando el rumbo de su proyecto: “El esfuerzo principal se hizo, pues, para mirar lo propio con ojos propios (…) descubrir que el ordenamiento del desarrollo histórico latinoamericano debería ser diferente del canónicamente aceptado, que está referido al mundo europeo; intentar una definición de la ubicación de la arquitectura latinoamericana en el concierto mundial. Y sobre todo, dejar formuladas las preguntas tendientes a comprender y evaluar la problemática arquitectónica latinoamericana.”.
Este interés está presente desde su primer libro, “La estructura histórica del entorno”, a cuya escritura se abocó tras decidir en 1970 apartarse de la tarea docente que ejercía desde 1948 en la Universidad Nacional de Córdoba, debido a los graves conflictos políticos que atravesaban la universidad en ese momento.
Su reflexión se continuó a lo largo de su vida con la publicación de otros libros, numerosos artículos en revistas internacionales de arquitectura y una dedicada tarea editorial, donde se destacan la dirección de los Summarios en la revista Summa de Buenos Aires y, tras el cierre de ésta, su continuidad en la serie Cuadernos Summa / Nueva Visión de la editorial Escala de Colombia.
El reconocimiento a sus aportes a la arquitectura latinoamericana se reflejó en actos como el otorgamiento en 1987 del Premio América de Historia y Preservación del patrimonio de la Universidad Católica de Córdoba o su incorporación como miembro de la Academia Nacional de Bellas Artes de la Argentina.
[La arquitectura] “como una urdimbre formada
por tramas de significación”.
Quien recorre hoy la provincia de Córdoba puede visitar una serie de sitios de Patrimonio Histórico cuya existencia, estado de conservación y el rigor histórico de la misma no serían posibles sin la investigación, difusión y activismo de Marina y quienes trabajaron con ella. Entre estos sitios podemos destacar casonas históricas como la del actual Centro Cultural España Córdoba o el Museo Emilio Caraffa, edificaciones religiosas como el Convento de las Carmelitas Descalzas o la Capilla Doméstica de la Iglesia de la Compañía de Jesús y sitios relevantes del interior de la provincia, como la capilla de Candonga.
La coherencia de Marina entre pensamiento y acción tiene un episodio significativo en 1970, cuando renuncia a la asesoría que realizaba en materia de arquitectura para la municipalidad de la ciudad de Córdoba porque, pese a su firme oposición, se decidió demoler la casona del pintor Emiliano Gómez Clara, ubicada donde hoy se encuentra la Plaza de la Intendencia.
Ese activismo, que daba cuenta de la continuidad que ella trazaba entre su vida personal y profesional, también tiene su postal cotidiana en los vínculos con su familia. Sus sobrinos la recuerdan enseñándoles canciones de la resistencia española en las reuniones familiares, donde ella tocaba la guitarra y cantaba. Marina estudió en el Conservatorio Provincial y tocó el arpa con la Orquesta Sinfónica de Córdoba, camino que dejó atrás para dedicarse a la historia de la arquitectura. Una generación más adelante, la recuerdan reuniendo a sus nietos en su casa para darles clases de historia del arte.
Su conciencia sobre el patrimonio arquitectónico como forma presente de la historia la llevó a crear espacios para su estudio, investigación y promoción. La primera de estas instituciones fue el IIDEHA (Instituto Interuniversitario de Historia de Arquitectura), creado junto a junto a Enrico Tedeschi y Francisco Bullrich en Tucumán a fines de la década de 1950. Al incorporarse en 1974 a la Universidad Católica de Córdoba, formó el Instituto de Historia y Preservación del Patrimonio, hoy denominado Instituto Marina Waisman, que fue la primera carrera de arquitectos especialistas en historia de la arquitectura y primer posgrado de la ciudad de Córdoba. Fue con el grupo de trabajo formado allí que intervinieron en obras patrimoniales de la ciudad y elaboraron en 1979 el primer catálogo del Patrimonio arquitectónico urbano de la ciudad, que hoy tiene una actualización anual por parte de la municipalidad.
La amplitud del proyecto historiográfico de Marina rebasaba tanto los espacios como su tiempo. En su libro “El interior de la historia” de 1990 afirma que “Abundan los trabajos parciales y aún puntuales, pero faltaba esa visión actual del conjunto. En los años recientes se han multiplicado las investigaciones, y, al menos en la Argentina, se nota un creciente interés en los estudios históricos por parte de los arquitectos, especialmente de las nuevas generaciones. En su mayoría, sin embargo, se ven obligados a ser algo así como francotiradores de la cultura, pues no existen instituciones universitarias o estatales que cuenten con los fondos necesarios para establecer programas permanentes y de la necesaria amplitud. Una labor como la que cumplió Sir Nikolaus Pevsner – el inventario de toda la arquitectura histórica inglesa – permanece, para nosotros, en el reino de la utopía”.
La conformación de grupos y espacios de discusión fue una constante en su vida. Sus amistades resaltan la relevancia de las tertulias que se organizaban en la casa de Marina como un espacio de enriquecimiento y germen de nuevos proyectos, donde ella compartía sus lecturas, sus desvelos, sus hallazgos y sus preguntas.
Marina tuvo una intensa actividad en los Seminarios de Arquitectura Latinoamericana que se iniciaron en 1985 en Buenos Aires y continúan hasta la fecha. Este grupo fue un núcleo de discusión sobre el impacto del movimiento posmoderno en nuestras ciudades, la destrucción del patrimonio y los modos propios de aproximación a estas problemáticas.
La obra de Marina registra el impulso hacia un cambio de paradigma sobre la arqueología patrimonial, que desarticula la visión sobre el trazado urbano basada en la producción de narraciones carentes de pasado y conflicto, hacia una búsqueda de herramientas de crítica y redefiniciones de las retóricas de valor que permitan entender a la arquitectura a partir de la relación con su contexto, geográfico y temporal. Estas reflexiones se condensarán principalmente en su último libro: “La arquitectura descentrada”, de 1995.
Dice Liliana Lolich en el artículo “Las miradas de Marina Waisman” que el llamado de Marina es a “Comprender la arquitectura actual en toda su complejidad, rechazando las simplificaciones reduccionistas, aceptando sus múltiples riquezas. Uno de sus últimos escritos pone el énfasis en el contexto, superando la visión de los componentes urbanos como simple sumatoria de objetos sino ‘como una urdimbre formada por tramas de significación’. De este modo, las relaciones adquieren mayor trascendencia que los objetos en sí mismos por lo cual no basta con conservar edificios vacíos de significado”.
Marina abre la puerta a entender la arquitectura y el desarrollo urbano atravesados por la dinámica del mundo fragmentado de finales del SXX.
Escribe al respecto en “El interior de la historia”: “Las condiciones de la difusión han cambiado radicalmente en el mundo contemporáneo, y también la relación de poder entre las naciones del mundo (…). La aceleración de la historia y de los cambios en la vida social, en las expectativas en los modos de vida; la multiplicación en y el nuevo alcance de los medios de comunicación, que han eliminado distancias y diferencias culturales en cuanto a la recepción de la información; los mecanismos de la sociedad de consumo, que alientan la renovación constante de objetos y formas, decretando obsolescencias y proclamando nuevos valores que muy pronto, a su vez, caerán bajo la ley del consumo, han dado como resultado que el carácter creativo, positivo, enriquecedor de la difusión cultural quede muy a menudo sumergido bajo los aspectos negativos de una aceptación pasiva y superficial, por la cual las nuevas formas se superponen a las formas culturales existentes sin entrar en íntima conexión con ellas, simplemente sustituyéndolas e interrumpiendo sus posibles desarrollos (…). Otro de los efectos perversos del poder de la información es el reduccionismo que opera en la transmisión de la arquitectura y, en última instancia, en la arquitectura misma. Pues los medios de difusión, con su magnífica calidad gráfica, reducen la arquitectura construida a una representación recortada de todo contexto, bidimensional, elocuente por el impacto de su imagen -a menudo ‘construida’ por un hábil fotógrafo-. Esta operación reductiva asigna la apreciación de la arquitectura a uno sólo de los sentidos, el de la vista, dejando de lado toda la riqueza espacial, matérica, sonora, ambiental, etc. Pero a su vez este modo de apreciación de la arquitectura alienta a más de un profesional a concebir su obra en términos ‘fotogénicos’, buscando efectos que quizá sean irrelevantes en la obra construida, pero que podría realzar su presencia en las páginas impresas.”
Leer a Marina Waisman desde el presente es una invitación a pensar las ciudades no sólo definidas por trazados y formas, sino por afectos y experiencias de quienes las habitan. Una dimensión estética de la arquitectura como parte inseparable del ejercicio de lo sensible por parte de les cuerpes que la habitan y una dimensión crítica asentada en la vigilancia epistemológica de esa relación.
Marina propone en “El interior de la historia” que la resistencia ante la presión homogeneizadora del aparato de la sociedad global, no debe entenderse en términos de un localismo estrecho o el congelamiento del desarrollo histórico. Su propuesta es que hay que dejar de lado las estructuras de los modelos centrales y emprender rumbos inéditos.
“Divergir es desarrollar, a partir de lo que se es, lo que se puede llegar a ser (…) Desde el centro no puede verse a las márgenes como generadoras de proyectos, sino solo, quizás, como refugio. Desde las márgenes todo es -o debería ser- proyecto.”